Escrito por: Nicolás Alvarado
… de hartarse de comida, quiero decir. De buena comida, quiero decir. A eso me remitió la doble provocación de Lily cuando nos puso a pensar, primero, si la cocina tradicional mexicana puede ser tenida por arte y, después -y por añadidura-, si la cocina misma puede ser considerada un arte. Respondo en orden inverso para mayor claridad.
Aunque precisaríamos páginas innumerables para definir el arte (y, aun así, seguiríamos sin ponernos de acuerdo), me limitaré a consignar aquí una definición más o menos sencilla y general: es posible llamar arte a todo proceso o producto que suponga la manipulación de uno o varios objetos por parte de un ser humano en aras de conmover los sentidos, las emociones y/o la inteligencia. Arte, por tanto, serán las llamadas bellas artes (la literatura, las artes visuales, la música, la danza, el teatro, la fotografía y el cine) pero también las formas más nuevas y transgresoras de lo artístico (la instalación, el performance, la acción, el video, el arte sonoro etc.). También existen, sin embargo, las artes aplicadas, aquellas que deben su nombre al hecho de tener una aplicación funcional, es decir útil: ahí entran la arquitectura, el diseño -sea éste gráfico, industrial, de mobiliario, textil o de moda- y, por fuerza, la cocina, arte que conmueve los sentidos pero que también satisface la nada desdeñable función de dar al cuerpo gasolina para seguir su marcha.
Sé bien que mi definición es no sólo imprecisa sino problemática: si la aplicáramos en todo rigor, un disco de Brirtney Spears, una película de ficheras, la camiseta raída que lucimos todos los domingos, una pulsera de chaquiras comprada en un mercado artesanal de Tepic o un Gansito Marinela serían arte. Y, claro, no lo son. Vale la pena, sin embargo, preguntarse qué es lo que impide a estos productos ser considerados arte. Aventuro algunos criterios: para que algo sea considerado una obra de arte debe a) no verse determinado a priori por las leyes del mercado (aunque ello, por cierto, no impida que las obras de arte encuentren un mercado y aun que se coticen muy bien en él) y b) resultar de la “visión creativa” -el término es muy pretencioso pero no se me ocurre uno mejor- de un individuo, al que solemos llamar artista. Lo cual me lleva -aun si con tristeza- a decir aquí que la cocina tradicional mexicana no puede ser considerada arte, dado que no responde a la visión personalísima de un único individuo. Hablamos de un mural de Diego Rivera o una escultura de Damien Hirst, de una sinfonía de Shostakovich o una canción de Agustín Lara: el arte tiene autor y el autor tiene estilo. No hay, sin embargo, artista específico responsable de la creación de las corundas o del pozole: los preparan talentosos artesanos que abrevan de una receta tradicional y que, por tanto, hacen artesanía tradicional con sus guisos.
No quiero, sin embargo, que se interprete esto como un desdén a la cocina tradicional de este o de cualquier otro país ya que, por si fuera poco, si no fuera por su inspiración y legado no existirían los chefs, esos artistas de la cocina que nos comparten su visión única e irrepetible y conmovedora. Valga, entonces, decir que no todo lo que brilla es arte… y desearles buen provecho.
… de hartarse de comida, quiero decir. De buena comida, quiero decir. A eso me remitió la doble provocación de Lily cuando nos puso a pensar, primero, si la cocina tradicional mexicana puede ser tenida por arte y, después -y por añadidura-, si la cocina misma puede ser considerada un arte. Respondo en orden inverso para mayor claridad.
Aunque precisaríamos páginas innumerables para definir el arte (y, aun así, seguiríamos sin ponernos de acuerdo), me limitaré a consignar aquí una definición más o menos sencilla y general: es posible llamar arte a todo proceso o producto que suponga la manipulación de uno o varios objetos por parte de un ser humano en aras de conmover los sentidos, las emociones y/o la inteligencia. Arte, por tanto, serán las llamadas bellas artes (la literatura, las artes visuales, la música, la danza, el teatro, la fotografía y el cine) pero también las formas más nuevas y transgresoras de lo artístico (la instalación, el performance, la acción, el video, el arte sonoro etc.). También existen, sin embargo, las artes aplicadas, aquellas que deben su nombre al hecho de tener una aplicación funcional, es decir útil: ahí entran la arquitectura, el diseño -sea éste gráfico, industrial, de mobiliario, textil o de moda- y, por fuerza, la cocina, arte que conmueve los sentidos pero que también satisface la nada desdeñable función de dar al cuerpo gasolina para seguir su marcha.
Sé bien que mi definición es no sólo imprecisa sino problemática: si la aplicáramos en todo rigor, un disco de Brirtney Spears, una película de ficheras, la camiseta raída que lucimos todos los domingos, una pulsera de chaquiras comprada en un mercado artesanal de Tepic o un Gansito Marinela serían arte. Y, claro, no lo son. Vale la pena, sin embargo, preguntarse qué es lo que impide a estos productos ser considerados arte. Aventuro algunos criterios: para que algo sea considerado una obra de arte debe a) no verse determinado a priori por las leyes del mercado (aunque ello, por cierto, no impida que las obras de arte encuentren un mercado y aun que se coticen muy bien en él) y b) resultar de la “visión creativa” -el término es muy pretencioso pero no se me ocurre uno mejor- de un individuo, al que solemos llamar artista. Lo cual me lleva -aun si con tristeza- a decir aquí que la cocina tradicional mexicana no puede ser considerada arte, dado que no responde a la visión personalísima de un único individuo. Hablamos de un mural de Diego Rivera o una escultura de Damien Hirst, de una sinfonía de Shostakovich o una canción de Agustín Lara: el arte tiene autor y el autor tiene estilo. No hay, sin embargo, artista específico responsable de la creación de las corundas o del pozole: los preparan talentosos artesanos que abrevan de una receta tradicional y que, por tanto, hacen artesanía tradicional con sus guisos.
No quiero, sin embargo, que se interprete esto como un desdén a la cocina tradicional de este o de cualquier otro país ya que, por si fuera poco, si no fuera por su inspiración y legado no existirían los chefs, esos artistas de la cocina que nos comparten su visión única e irrepetible y conmovedora. Valga, entonces, decir que no todo lo que brilla es arte… y desearles buen provecho.
1 comentario:
Disculpe por discrepar,pero el hecho de que el autor sea anónimo no lo desviste de la autoría.
Y no me diga que los chiles en nogada no son arte,pues una vez hubo en que triunfaron en una exposición gastronómica en París;y éstos son de autoría de unas monjas que los elaboraron para la coronación de Agustín de Iturbide,un auténtico platillo digno de un emperador.
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